domingo, 20 de diciembre de 2015

CONEXIONES AFECTIVAS

 
 
Volviendo al Dr. Rojas Marcos y a su libro "Superar la adversidad: el poder de la resiliencia" ya comentado en la entrada anterior, voy a desarrollar brevemente el primer pilar de la resiliencia: las conexiones afectivas.
 
El autor más destacado en esta temática ha sido sin duda alguna John Bowlby, psiquiatra y psicoanalista inglés (1907-1990) que luego, como apasionado de la biología, fue incorporando entre otras aportaciones el estudio del comportamiento animal a través de las observaciones del famoso etólogo Konrad Lorenz, para comprender mejor la relación afectiva entre los niños de primera infancia de 0 a 5 años y sus cuidadores, fundamentalmente la madre.
 
Este médico psiquiatra y psicoterapeuta sobresaliente, autor de la teoría del apego, tuvo una destacada colaboración con las Naciones Unidas como Director del Departamento de Psiquiatría Infantil de la Clínica Tavistock de Londres, en el desarrollo de un programa de asistencia social de millones de niños huérfanos, refugiados de los países ocupados por los nazis, y que quedaron desarraigados por toda Europa tras la Segunda Guerra Mundial, cuya dramática situación quedó magistralmente plasmada en la película de 1948 "Los ángeles perdidos", protagonizada por Montgomery Clift y dirigida por Fred Zinnemann, ganando un Oscar en la categoría de Mejor Argumento. 

De forma resumida, John Bowlby afirma, en base a numerosas observaciones de trabajo de campo con niños hospitalizados, que los pequeños manifiestan una poderosa atracción hacia una figura de apego, un cuidador o cuidadora, que sería la madre en un entorno natural, pero que en una institución su figura quedaría representada por otra persona que proporcione el cuidado y la protección que el pequeño necesita para su supervivencia biológica a través de calor y alimento, así como para su supervivencia psicológica a través de seguridad afectiva de aceptación incondicional, atendiendo de forma diligente todas sus necesidades.

Esta vinculación con una figura protectora que muestre una buena disposición a satisfacer las necesidades del niño y que disfrute de su compañía, se manifiesta a través de comportamientos de apego, tales como buscar su proximidad llamando su atención, abrazarse a ella, llorar ante su repentina ausencia,... todas ellas conductas perfectamente normales y saludables, útiles para la supervivencia del pequeño. El vínculo  de afecto proporciona así una base segura a partir de la cual el niño puede explorar su entorno, con nuevas experiencias de aprendizaje, ganando en confianza en sí mismo y en los demás, sabiendo que, pase lo que pase, su cuidador o cuidadora lo va a acoger de forma incondicional.

Esta base segura de afecto y cuidados es el germen del desarrollo de una personalidad madura y saludable en la edad adulta, autoconsciente y responsable de sus propios actos, con aspiraciones de superación personal, con confianza en sí misma y en los demás cuando se necesita mantener una relación familiar y de pareja, trabajar en equipo o pedir ayuda. Es fácil comprender la enorme transcendencia que el establecimiento de vínculos seguros de afecto en la primera infancia tiene para el futuro desarrollo integral del niño, aún como adulto y anciano durante todo el ciclo vital, y del porqué el Dr. Rojas Marcos lo ha señalado como el primer pilar de la resiliencia, pues una experiencia temprana de vinculación afectiva segura facilita en gran medida la superación de pérdidas, siendo el primer y más importante cortafuegos contra la angustia y la desesperación de la existencia.
 
John Bowlby. "Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida". Editorial Morata. Sexta edición, 2014. Madrid.  ________________ 
© Francisco Gómez Moreno - Kairós Psicología 2015